Aunque la mona se vista de seda, la pata le queda

Estética y erotismo femenino del XIX mexicano en Baile y Cochino

Mujer desvistiéndose, Jan Steen

Venturita deseaba casarse, deseaba encontrar novio;
aspiración que no tiene nada de malo.
¿A qué otra cosa aspiran las muchachas bonitas?[1]

  1. Introducción

Es una realidad que a los románticos les interesaba plasmar los tipos de su tiempo. El caso hispanoamericano no fue la excepción, de sus novelas se desprenden mujeres varias pero consistentes, siempre presente la mujer a “la europea” en sus facciones, virtuosas a más no poder, frágiles, enamoradas, la mayoría clasemedieras. Los realistas y costumbristas también se enfocarían en desentrañar el hilo negro de la feminidad, algunos las describirían y donarían uno que otro consejo a lo largo de su narración, otros, sin ocultar la intención, harían manuales al servicio de las damas decimononas. José Tomás de Cuéllar también lo hizo a lo largo de su serie de novelas pertenecientes a la Linterna mágica, específicamente en Baile y cochino se pueden apreciar los afeites necesarios para una mujer acomodada en busca de un marido. El pie se vuelve parte fundamental en el juego de la seducción para las protagonistas de la novela, que con una que otra artimaña, intentarán conquistar al caballero en cuestión. Este texto pretende describir las características que interactúan en el juego del erotismo y la belleza femenina en la sociedad mexicana del XIX que se reflejan en la novela de Cuéllar.      

  1. Lo bello

La belleza no hace feliz al que la posee,
sino a quien puede amarla y adorarla.[2]

Para entender el afán desesperado de las mujeres por verse bonitas, al menos de las que presenta Cuéllar, tenemos que partir de la siguiente premisa: La existencia de la mujer se valida únicamente por su capacidad de ser bella y, por ende, de casarse. Las mujeres del XIX no sólo son hermosas sino divinas, ya que “Dios entregó [la belleza] a la mujer para que el hombre la buscara [la divinidad] en la tierra. La beldad femenina es el reflejo de la belleza que posee el Todopoderoso, es un pretexto para que el varón encuentre a Dios”[3]. La mujer es instrumento de Dios para que el hombre tenga un reencuentro con lo celestial. Por ello cada género recibirá una educación especial, los varones han de aprender a distinguir entre lo bello y lo feo; las damas han de armarse en el arte de la coquetería y la seducción para lograr su cometido. Cuéllar escribe:

Nosotros, los hombres, si no fuéramos tan modestos como lo somos de ordinario, deberíamos de conocer todo lo que valemos; si reflexionáramos en que hay en el mundo algunos miles de muchachas, […] que […] están formando un verdadero estudio, están tramando todo un plan estratégico, están, en fin, elaborando en el arsenal de las coqueterías una porción de proyectiles, con el único, artero y, por otra parte, inocente intento de seducirnos, nos pondríamos orgullosos.[4]

La vida de la mujer girará en torno a ser  y mantenerse bella, con ello encontrará el amor y en consecuencia el matrimonio. Entonces, ¿qué determina la beldad femenina? Talle y pies pequeños, delicadeza, buenos modales, vestimenta adecuada y a la moda, estar alejada de los excesos y el juego, saber encajar en los círculos sociales que frecuenta su clase, en fin, ser una muñeca de aparador y sociedad. Pero todo esto es ineficaz si no se cuenta con una piel blanca, ser “española,  o quizá descendiente de español e india en la que predominó el gen del color blanco en la piel”; esto deja descartada a la mayor parte de la población mexicana. El amor sólo existe para las clases privilegiadas, y si acaso para alguna muchacha que haya ganado en la lotería genética. Todo esto ya que una prioridad de la sociedad porfirista es el «blanqueamiento cultural», Díaz:

fue uno de los grandes promotores del mestizaje, donde busca homogenizarnos y decir que todos somos mestizos y que todos somos iguales. Pero la población se divide en ser mestizo y tener ciertas condiciones económicas y ser indígena. Era una etapa de modernización, que suma a México en un proyecto de modernidad, progreso y nacionalismo, de salir adelante y generar riqueza. La idea era, vamos a dejar de ser indios para poder progresar.[5]

El rostro blanco también es un reflejo de virtud y pureza, cualidades que además se tienen que demostrar a través de los valores morales. La mujer debe ser púdica, servil, quebradiza, dócil, tierna, melancólica, sacrificada y sufrida ya que “una mujer mientras más sufre más mujer es.”[6] La belleza interior no se puede fingir, la capa externa sí, se puede transformar según convenga: “El cuerpo se rehace gracias al corsé, el pie se esculpe mediante el botín, los guantes remodelan y el sombrero retoca”[7]. Es decir, se puede ser bella pero si se carece de clase no habrá triunfo para la doncella, así pasa con las Machucas que, aunque tienen las características físicas necesarias, sus vicios como el juego, el baile y el alcohol les quitan los pretendientes. Aunque la Machuca se vista de raso, Machuca se queda, Cuéllar escribe:

Las Machucas tenían todas las apariencias, especialmente la apariencia del lujo, que era su pasión dominante; tenían la apariencia de la raza caucásica siempre que llevaban guantes, porque cuando se los quitaban, aparecían las manos de la Malinche en el busto de Ninón de Lenclós; tenían la apariencia de la distinción cuando no hablaban, porque la sin hueso, haciéndoles la más negra de las traiciones, hacía recordar al curioso observador la palabra descalcitas de que se valía Saldaña; y tenían por último la apariencia de la hermosura, de noche o en la calle, porque en la mañana y dentro de casa, no pasaban las Machucas de ser unas trigueñitas un poco despercudidas y nada más.[8]

En definitiva, la clase no se puede comprar como la posición social. El lenguaje y las buenas costumbres vienen de cuna. Para esta época de la sociedad mexicana los límites entre los ricos, los venidos a menos y la clase media se desdibujan a proporción de la posibilidad adquisitiva.  Las Machucas son “nuevas ricas”, pero aun así son ellas las que logran convocar a la gente al baile por el simple hecho de asistir. Ellas son mito y celebridad, serían el inicio de figuras aclamadas por la sociedad mexicana del XX como María la del barrio que, siendo también «descalcita» al inicio, logra subir de posición social gracias a su físico caucásico, pero también a que se le doma en carácter y se le refina.   

  1. Lo feo

Dios es el único amante para las feas[9]

Si lo bello es la mujer blanca lo feo es la morena, trigueña o indígena. Para ellas el amor no existe, por lo menos no del tipo que inspira las grandes narraciones. Manuel Payno en su relato La mujer fea describe lo que conlleva pertenecer a este tipo:

de color trigueño muy subido, abultada nariz llena de pequeños puntitos negros, que llaman espinillas; ojos verdes extremadamente saltones; cejas casi tendidas en línea recta, cabellos negros y cerdosos; tanto, que a pesar de la pomada, se conocía su rebelde obstinación. La cintura era extremadamente gruesa, y cuando se puso de pie, pude notar su baja estatura, y unos pies grandes llenos de sinuosidades, que creo se llaman juanetes; un cuello sudoroso y moreno con algunas manchas amoratadas.[10]

Juana, mujer virtuosa y llena de talentos, nunca verá el amor realizado porque es fea. Su única opción será convertirse en monja o permanecer soltera el resto de su vida. Todas las mujeres son capaces de amar, sin embargo la que es bella será la única que llegue al matrimonio. El hombre, que ha sido puesto en la tierra para encontrar la divinidad en la belleza femenina y además reflejarse en ella, no puede aceptar desposar a una mujer que no sea hermosa porque sería una contradicción. Por ende, la mujer fea tendrá que esperar la muerte y llegar al cielo donde las limitaciones físicas dejan de importar. La fealdad siempre está al acecho de la mujer y por eso no debe descuidarse, aun cuando ya se ha casado, una señora debe realizar los afeites necesarios para permanecer hermosa para su marido, evitando que éste pierda interés.

Existen algunos casos que pueden salvarse de este triste destino, por ejemplo la señora del curial que su fealdad radica en el color de su piel.  Así que cuando los polvos y las cremas disimulan ese defecto congénito la mujer cambia, “porque ella no tenía malas facciones, pero como era trigueñita, casi no se echaba de ver que tenía muy buena pestaña y muy buena ceja y los labios un poquito volteados y de color granate”[11]. Esta transformación hace que la señora despierte el amor en su compadre, todo gracias a los polvos.

Otro de los peligros de la belleza es la edad, Venturita lucha con esto, porque aun siendo la más hermosa de las hermanas ellas se casaron primero, y ésta se ha quedado. Así que Venturita tiene que redoblar sus esfuerzos para poder hacerse de un marido:

¡Vayan ustedes a reprochar a una mujer en semejantes condiciones que sea amable, que sea risueña, que se asome al balcón, que se apriete mucho el corsé, que se vista algo chillón, que le ajuste el botín en la punta del pie, y que haga, en fin, otra porción de cosas, que, en su esencia, nadie se atreverá a tachar de malas ni de pecaminosas, porque no son siquiera censurables! En todo caso estaba en su perfecto derecho: quería casarse[12]

Entre los feos, o por lo menos entre los morenos, el ritual de cortejo va a ser diferente. Mientras que las clases altas van a trazar este procedimiento entre abanicos y botines, en fiestas y reuniones; los pobres utilizarán el huarache y el rebozo, en ferias y durante las jornadas laborales. El calzado al ser abierto no niega su clase ni su nivel, a diferencia de los botines. En general, lo importante entre ellos será mostrar eso, su clase:

Pero cuando se trata de amor en nuestra servidumbre o, como se dice aquí, “entre garbanzos”, entonces niño amor, encaje, abanico, sonrisa y todo eso junto se reduce a entreabrirse con ambas manos cerca de la cara la orilla del rebozo, dejando percibir por un momento el pescuezo cobrizo y arrebujándose después con el emboce, de manera que tape un poco más la boca, aun cuando no haga frío, tapada de boca que, traducida elocuentemente por el pretendiente, es como si ella dijera: “no sea usted malo”, “yo soy muy recatada”, “esas cosas me ruborizan”, etcétera.[13]

La fregatriz, muestra su color en el cuello, como diciendo que es de las buenas. Se puede observar que también en este juego es necesario ser tímida (lo que conlleva docilidad). El hombre en cuestión le ofrece licor, lo cual sería inadmisible para una mujer de otro estatus, y utiliza la frase “ande usté” para incitarla a aceptar el trago, frase que según el narrador “es la frase consagrada de la galantería de sarape; ande usté quiere decir ‘beba usted’, o bien ‘¿usted gusta de beber?’ o ‘beba usted sin cumplimientos’, etcétera.”[14].

Lo importante aquí es que el amor para las bajas clases sociales puede existir, pero sus procesos son más burdos, más sencillos. Sin embargo, la mujer fea de clase alta no encontrará el amor nunca, ya que no puede conformarse con algo que no sea digno de su ralea, es decir, tal vez la Juana de Payno podría haberse desposado, pero sólo con un hombre moreno y pobre donde la idea de la belleza es diferente, pero prefirió la soledad a la pobreza.

  1. Lo erótico

Zapato sin tacón casa sin balcón.[15]

Con una buena media y un buen zapato, hace la madrileña pecar a un santo.[16]

Con zapatos de tacón nos provocan, nos incitan, nos arrancan mil suspiros[17]

Para este punto, se ha descrito que una mujer es bella si es blanca, virtuosa y delgada, en términos generales; pero falta hablar de la pieza clave de la estética femenina: el pie y con él, el zapato. Para los del XIX un requisito imprescindible en la mujer a cortejar era tener un pie pequeño y delicado. Esta idea de erotismo alrededor del pie viene desde mucho tiempo atrás. En oriente se dedicaba un especial cuidado a los pies, muchas jóvenes se los vendaban para evitar su crecimiento, creando muchas deformaciones; el pie ideal no podía rebasar los diez centímetros. En Egipto los pies y las uñas se exfoliaban, masajeaban, perfumaban y por último teñían con alheña. Castiglione y Cervantes hacen referencia al calzado y los pies en sus obras más importantes. Para 1711 el obispo de Cartagena, Inquisidor Luis Belluga escribe Carta pastoral del Obispo de Cartagena donde, entre otras prohibiciones, está la abolición de vestidos “cortos” que dejen ver el calzado de las damas, el calzado ornamentado y que varones calcen a las mujeres.

Con tales decretos el pie se carga de erotismo al convertirse en lo prohibido. Las damas sólo se descalzaban en la intimidad de su casa, por esta razón el que alguien viera sus pies tendría una connotación sexual. “Enseñar el pie equivalía a ofrecerse al que lo mira, y dejarlo ver por descuido se interpretaría como una indecencia.”[18]. No se diga, el tocar el pie, este acto se castiga con la muerte. Bataille relata cómo el Conde de  Villamediana es condenado a muerte por tocar el pie de la reina Isabel. Todavía para el siglo XX existe esta relación, en Pulp Fiction se dice que “el negro” ha sido arrojado de un edificio por darle un masaje de pies a la esposa de Marsellus Wallace. El pie femenino “desnudado o tocado, nos vincula con la obscenidad y con la transgresión de una moral que centra en un erotismo soslayado su razón de ser.”[19] Venturita está consciente de esta relación erotismo-calzado-pie ya que su amigo “el sabio” le ha explicado la estética y la historia que hay detrás de él. Ella le explica a Lola que:

El pie humano es, de todo el cuerpo, lo que parecía tener menos atractivo; y debíase al menos contar con la persona del tobillo para arriba, con absoluta exclusión de los pies. No de otra manera han de haber sido consideradas las matronas griegas y romanas, puesto que enseñaban el calcañar y los dedos de los pies con la desgarbada sandalia; y fue necesario el refinamiento del lujo y las costumbres para ir cubriendo esa miseria humana, hasta que en la fastuosa corte de Luis XV llegó el arte del zapatero a su último grado de perfección. La estética llegó hasta el calzado, y los pies de las damas comenzaron a figurar entre las flechas con que Cupido hiere los corazones.[20]

Pero ¿cómo es el pie hermoso? Es aquel, según Venturita, que sigue curvas orgánicas, la belleza está en “la corrección de las líneas de la naturaleza bajo el ideal de belleza”[21], y estas correcciones las hace el calzado, los botines hacen que el pie se vea más pequeño, es decir hacen un efecto de pie de niña lo cual refleja inocencia. Como se ha podido ver, Venturita es una conocedora del erotismo y la coquetería, entonces en su afán de cumplir con su cometido toma una decisión arriesgada, usar zapatos bajos. Le dice a Lola que “El calzado bajo es el calzado por excelencia, es la batería rayada, es, si hemos de considerar como proyectiles nuestras coqueterías, el calzado bajo es… la dinamita.”, así que ella está decidida a salir al Zócalo con zapatos bajos.

Usar un zapato bajo es muy arriesgado ya que es el zapato de las mujeres de la calle, el estar cerca del suelo refleja la clase, pero también porque significa desnudez, con este zapato se ve algo más, este algo más es  la media que “Quiere decir, una desnudez, un acercamiento, un… una provocación… porque la media pertenece… pertenece a lo que no se enseña a nadie… en fin, a la ropa interior.”[22]. El zapato bajo es el escote del siglo XIX. Así que Venturita corta su vestido y sale para mostrar sus delicados pies y también su desnudez, en ella se puede observar el erotismo del ápice del cuerpo: el pie.

  • Conclusión

El papel de la mujer, como se menciona anteriormente, es ser bella. Ésta es una misión complicada y llena de peligros para la dama en cuestión, el exceso de coquetería puede condenar a unan mujer a la deshonra, pero la falta de ella la condena a la soledad. Una existencia validada únicamente en fines del hombre es una existencia censurada, porque si se puede tener decisión a la hora de elegir las tácticas de la seducción, estas decisiones tienen que estar dentro de un espectro impuesto por la sociedad. La mujer erótica o bella es aquella que está censurada, que sólo sonríe de lado, que no muestra sus pies, es más que no puede elegir los colores de la vestimenta. Estamos ante una mujer que se ha convertido en objeto de consumo y se tiene que vender al mejor postor con los estándares más elevados.

La mujer del XIX se tiene que negar para complacer a su contraparte. La religión, la sociedad y la educación serán los motores que impulsen estas ataduras, en las que se tiene que ser esclava por iniciativa propia. La sociedad ha creado a una mujer que va con la mirada baja porque en lo único que tiene poder es en sus pies.

Yázkara Hernández Estrada


Referencias:

De Cuéllar, José Tomás. Baile y Cochino. Promociones Editoriales Mexicanas, S.A. de C.V. México, 1979.

Dávalos, Marcela. La belleza femenina en la literatura mexicana del siglo XIX. 1987.

Ponce, Fausto. “El racismo de ayer y hoy” El economista [México] 7 Diciembre del 2017. < https://www.eleconomista.com.mx/arteseideas/El-racismo-de-ayer-y-hoy-20171107-0154.html>

Glantz, Margo. De pie sobre la literatura mexicana, Esguince de cintura. México, Conaculta, 1994.

Payno, Manuel. Memorias sobre el matrimonio y otros escritos. Joaquín Mortiz, México, 2002.

Gentil, Isabel. Los pies en distintas culturas y cosmovisiones: erotismo. El Peu, 2008.


[1] De Cuéllar, José Tomás. Baile y Cochino. Promociones Editoriales Mexicanas, S.A. de C.V. México, 1979. Página 47.

[2] Hermann Hesse

[3] Dávalos, Marcela. La belleza femenina en la literatura mexicana del siglo XIX. 1987. Página 45

[4] De Cuéllar, José Tomás. Op. Cit. Página 49.

[5] Ponce, Fausto. “El racismo de ayer y hoy” El economista [México] 7 Diciembre del 2017. < https://www.eleconomista.com.mx/arteseideas/El-racismo-de-ayer-y-hoy-20171107-0154.html&gt;

[6] Dávalos, Marcela. Op. cit. Página 47

[7] Glantz, Margo. De pie sobre la literatura mexicana, Esguince de cintura. México, Conaculta, 1994, Página 24.

[8] De Cuéllar, José Tomás. Op. Cit. Pp. 21-22

[9] Dávalos, Marcela. Op. Cit. Página 53

[10] Payno, Manuel. Memorias sobre el matrimonio y otros escritos. Joaquín Mortiz, México, 2002. Página 54.

[11] De Cuéllar, José Tomás. Op. Cit. Página 15

[12] De Cuéllar, José Tomás. Op. Cit. Pp. 47- 48

[13] De Cuéllar, José Tomás. Op. Cit. Página 73

[14] De Cuéllar, José Tomás. Op. Cit. Página 74

[15] Refrán popular.

[16] Refrán popular.

[17] Con zapatos de tacón, composición de Cirino Paniagua Garcia

[18] Gentil, Isabel. Los pies en distintas culturas y cosmovisiones: erotismo. El Peu, 2008. Página 194

[19] Glantz, Margo. Op. Cit. Página 12

[20] De Cuéllar, José Tomás. Op. Cit. Página 52

[21] De Cuéllar, José Tomás. Op. Cit. Página 53

[22] Íbidem. Página 54

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